EL SENTIDO DE TODO ESTO

NADA ES VERDAD. TODO VALE. YA NADA ES SAGRADO. YO SOY YO Y MIS CIRCUNSTANCIAS. LA TUNA, BAJO SU FRIVOLA APARIENCIA DE CANCIONES INSULSAS, DISFRACES DECANDENTES Y NUMEROS DE CABARET MEDIEVALESCOS, NOS ENSEÑA EL CAMINO Y LA UNICA VERDAD. EL CONOCIMIENTO NO EXISTE. EN LA UNIVERSIDAD NO SE ENSEÑA NI SE APRENDE. A TRAVÉS DEL SOLIPSOLISMO Y EL NIHILISMO CONTEMPLAMOS QUE LAS COSAS SON COMO SON Y NO COMO DEBERÍAN SER. PARA ELLO ES NECESARIO ALCANZAR A VER LA CARA OCULTA DE LAS COSAS. NOS VEREMOS EN LA CARA OCULTA DE LA TUNA

martes, 16 de agosto de 2011

EL MONOPOLIO DE LA INDIGNACIÓN VOL. I

“Néstor, no te indignes” . Eso me decía un amigo una y otra vez, cuando indignarse era más una expresión emocional instantánea que una opción política o un estilo de vida.

Vaya por delante mi más sincero respeto a todas aquellas personas que convirtieron el sueño utópico del 15 en un faro que guía la travesía por las tinieblas de aquellos que esperamos un nuevo orden mundial surgido de los escombros del derrumbado capitalismo extremo que hemos padecido.

No pretendo criticar sus postulados, en el sentido que lo hacen los liberales como el inefable Sanchez Dragó, quizás en un intento de crear polémicas que le ayuden a vender más libros, toda vez que sus confesiones sobre sus desventuras sexuales en tierras niponas han caido en el cajón de las “cosas que ya no escandalizan a nadie”. Tampoco creo, como sostienen las hordas intereconómicas, que estas personas sean una tribu de nómadas, apátridas, vagos y maleantes, sin oficio ni beneficio, que deberían buscarse un trabajo (¡cómo si lo hubiera!) en vez de holgazanear en plazas.

Pero lo cierto es que tras meses en el candelero, esto empieza a dar síntomas de agotamiento existencial. Se hace necesario pues, alertar a los que creemos firmemente en la esencia de la indignación, de ciertos peligros que rodean el invento y hacen peligrar su llegada a buen puerto:

1.- el apadrinamiento del marketing y los “mass-media”: el mismo sistema que convirtió al Ché Guevara en una camiseta que se vendía en una conocida cadena de ropa joven y moderna (fabricada en Vietnam en condiciones infrahumanas, ¡si el comandante levantara cabeza!) es capaz de acuñar el término “indignado” y convertirlo en una tribu urbana, como si de emos se tratare. Lo cierto es que el mismo término ya se inventó por los medios de comunicación, que lo tomaron prestado del panfleto que escribió el gurú del movimiento, el cual incitaba a rebelarse y a indignarse contra el sistema. Eso sí, después de comprar un ejemplar del mismo en cualquier superficie comercial. Las campañas de marketing pueden ser muy dañinas. Al menos esa impresión me dio cuando otro ilustre (sin ironía el calificativo), en este caso Eduardo Punset, apadrinó al movimiento y les exhortó a que no pararan. Eso sí, no se quedó a dormir. Luego lo ví en la tele en el anuncio del pan Bimbo…

Todos estos intentos de domesticar y desnaturalizar las primitivas reivindicaciones tienen mucho que ver con el siguiente obstáculo en el camino.

2.- que la indignación pase de ser un medio a un fin. En efecto, por lo anteriormente expuesto se corre el riesgo de que cualquier persona que se identifique con el movimiento quede caricaturizado bajo el cliché de ser un “indignado” descafeinado, no una persona con ideales. Lo que en su día fue un símbolo, tomar la plaza Sol para cambiar como primera estación en el recorrido hacia un nuevo futuro, pareció tornarse en el final del trayecto, cuando, una vez desalojados, la consigna era volver a tomar la plaza, en este caso no como medio, sino como fin. Mucho se ha debatido sobre cuál es el siguiente paso a seguir. La cruda realidad nos enseña que sólo hay dos formas de cambiar un sistema, bueno, realmente sólo hay una: llegar al poder. Y hoy en día se puede hacer de dos maneras principales: desde dentro del sistema o por la fuerza. Descartada la primera opción de constituirse en partido político para así aspirar a regir los designios de este mundo, por un entendible miedo a la política, que corrompe todo lo que toca, y descartada la segunda opción por razones éticas obvías, nos encontramos ante la encrucijada de qué camino coger. Lo cierto es que hacer cualquier cosas siempre suele ser mejor que no hacer nada. Se hace necesario comenzar a andar, de lo contrario se corre el riesgo de morir sentado en una plaza…

continuará….

martes, 2 de agosto de 2011

MAMÁ, ¿QUÉ SON LOS MERCADOS?

Algo así deben estar preguntándose los niños de hoy en día. Y mucho me temo que, como yo, obtengan un encogimiento de hombros o un “búscalo en Internet” por respuesta (he desechado la opción “pregúntaselo a tu padre” ante el temor a ser fustigado por el Instituto de la Mujer, perseguido por el Ministerio de Igualdad o se me condene al exilio en una remota isla cercana a África por vulnerar los establecido en la futurible ley de Igualdad y No discriminación).

Pero, volviendo a los mercados…¿Qué son?, ¿De dónde vienen?, ¿hacia dónde van?. Lo cierto es que poco se sabe de ellos, o al menos esa es mi impresión. Los mercados son como unos dioses antiguos a los cuales la crisis ha sacado de su letargo y nos exigen sacrificios humanos para aplacar su ira destructura. Suenan a hordas invasoras de esas que violan y saquean el poblado mientras nuestros techos de paja arden.

Si algo está claro, es que suscitan tanto miedo como alguna de las dos opciones anteriormente descritas. Un buen día, pasaron a gobernar los designios del planeta. Nadie hace nada sin consultarlo primero con ellos, cual oráculos de Delfos. Si los mercados hacen el amago de estornudar, los ciudadanos huyen despavoridos por las calles como si los persiguiera el mismismo, (o la mismisima) Godzilla. Los mercados han venido para quedarse y más nos vale tenerlos contentos, aunque no sepamos como.

Una posible explicación pasaría por asumir algunos dogmas del sistema capitalista. Si entendemos la economía como un proceso en el que intervienen diversos actores, cada uno buscando maximizar su beneficio para, milagrosamente a través de una mano invisible que los pone a todos de acuerdos, aumentar el bienestar de todos nosotros, los mercados no serían más que la suma de todos nuestros comportamiento, ergo los mercados somos nosotros.

A la luz de esta teoría algo falla, ya que no se puede ser ciudadano y Godzilla a la vez, a no ser que seamos tan gilipollas para asustarnos de nuestro propio comportamiento. Una vuelta de tuerca a lo dicho nos lleva a considerar que los mercados no son más que el experimiento que se le fue de las manos a un chiflado doctor de película de serie B (que bien podría ser el FMI, Moody’s, Bearn & Stern, Merryll & Lynch, AIG, Milton Friedman, etc. Es decir, los mercados es algo que crearon los humanos que un día cobró consciencia propia y decidió aniquilarnos. Si esto fuera así, hago un llamamiento a John Connor, si es que llega a leer esto, para que envié un Cyborg del futuro para que cambie el presente.

Parece ser que esta es la explicación más plausible. Nosotros creamos el sistema. Nosotros creamos la crisis que liberó a los mercados, los cuales campan a sus anchas haciendo estragos a su paso. De hecho a los niños se les dice: “o te comes la sopa o mañana vendrán los mercados, desconfiarán de nosotros y subirá la prima de riesgo, vendrán los sumos sacerdotes de la calificación (que merecen otra disección aparte) y te pondrán mala nota. De todos es sabido que los mercados no hacen prisioneros: asesinan a nuestros vecinos, violan a nuestras esposas e hijas, esclavizan a los niños, queman las cosechas y matan los animales. Si no me creen, pregúntales a Grecia, Portugal, Irlanda.

Observando tal desolador panorama, tengo la esperanza de que, siguiendo otras teorías un poco más modernas y experimentales, los mercados sean como los reyes magos: un invento de los padres, en este caso de los padres de la crisis: los anteriormente nombrados con especial hincapié en el Nobel Friedman (viendo que éste visionario ganó el de economía y Obama el de la paz, propongo que el de química se lo den al que inventó el LSD) y las agencias de calificación que si bien no sorprende que sigan calificando como si nada hubiera pasado y nunca hubieran calificado como AAA+ las tóxicas subprimes, lo cierto es que sorprende que aún la gente se indigne si a su deuda le pone un suspenso. Yo me lo tomaría como un halago. Si viene Paco Rabanne a decirme que la MIR va a caer sobre mi jardín, hasta dormiría más tranquilo. Los de estas agencias no tiene nombre: es como si Maclaren fichara a Farruquito.

Según todo esto, los mercados serían un invento de los que crearon la crisis para que la gente olvide que la crisis la crearon ellos y, lo más importante, para que si alguna vez salimos de la misma, a estos iluminados les afecte lo menos posible. Muchos atribuyen la frase “donde muchos ven crisis, yo veo oportunidad” a Einstein, pero yo estoy convencido que la dijo el banquero al que la reserva federal le rescató. Evidentemente se refería a oportunidad para repartir dividendos en vez de conceder créditos.

Ahora que caigo, esta última idea da más miedo que sufrir las iras de los Dioses Antiguos, las hordas invasoras bárbaras, Godzilla y Skynet a la vez, así que espero estar equivocado.